11 de octubre: SAN JUAN XXIII. (Angel José Roncalli) Papa.
Terciario Franciscano (1881‑1963).
Nació en el seno de una familia numerosa campesina,
de profunda raigambre cristiana. Pronto ingresó en el Seminario, donde profesó
la Regla de la Orden franciscana seglar. Ordenado sacerdote, trabajó en su
diócesis hasta que, en 1921, se puso al servicio de la Santa Sede. En 1958 fue
elegido Papa, y sus cualidades humanas y cristianas le valieron el nombre de
"papa bueno". Juan Pablo II lo beatificó el año 2000 y fue canonizado
por el papa Francisco el 27 de abril de 2014. Se estableció que su fiesta se
celebre el 11 de octubre.
Nació el día 25 de noviembre de 1881 en Sotto il
Monte, diócesis y provincia de Bérgamo (Italia). Ese mismo día fue bautizado,
con el nombre de Ángelo Giuseppe. Fue el cuarto de trece hermanos. Su familia
vivía del trabajo del campo. La vida de la familia Roncalli era de tipo
patriarcal. A su tío Zaverio, padrino de bautismo, atribuirá él mismo su
primera y fundamental formación religiosa. El clima religioso de la familia y
la fervorosa vida parroquial, fueron la primera y fundamental escuela de vida
cristiana, que marcó la fisonomía espiritual de Ángelo Roncalli.
Recibió la confirmación y la primera comunión en
1889 y, en 1892, ingresó en el seminario de Bérgamo, donde estudió hasta el
segundo año de teología. Allí empezó a redactar sus apuntes espirituales, que
escribiría hasta el fin de sus días y que han sido recogidos en el «Diario del
alma». El 1 de marzo de 1896 el director espiritual del seminario de Bérgamo lo
admitió en la Orden franciscana seglar, cuya Regla profesó el 23 de mayo de
1897.
De 1901 a 1905 fue alumno del Pontificio seminario
romano, gracias a una beca de la diócesis de Bérgamo. En este tiempo hizo,
además, un año de servicio militar. Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de
1904, en Roma. En 1905 fue nombrado secretario del nuevo obispo de Bérgamo,
Mons. Giácomo María Radini Tedeschi. Desempeñó este cargo hasta 1914,
acompañando al obispo en las visitas pastorales y colaborando en múltiples
iniciativas apostólicas: sínodo, redacción del boletín diocesano,
peregrinaciones, obras sociales. A la vez era profesor de historia, patrología
y apologética en el seminario, asistente de la Acción católica femenina,
colaborador en el diario católico de Bérgamo y predicador muy solicitado por su
elocuencia elegante, profunda y eficaz.
En aquellos años, además, ahondó en el estudio de
tres grandes pastores: san Carlos Borromeo (de quien publicó las Actas de la
visita apostólica realizada a la diócesis de Bérgamo en 1575), san Francisco de
Sales y el entonces beato Gregorio Barbarigo. Tras la muerte de Mons. Radini
Tedeschi, en 1914, don Ángelo prosiguió su ministerio sacerdotal dedicado a la
docencia en el seminario y al apostolado, sobre todo entre los miembros de las
asociaciones católicas.
En 1915, cuando Italia entró en guerra, fue llamado
como sargento sanitario y nombrado capellán militar de los soldados heridos que
regresaban del frente. Al final de la guerra abrió la «Casa del estudiante» y
trabajó en la pastoral de estudiantes. En 1919 fue nombrado director espiritual
del seminario.
En 1921 empezó la segunda parte de la vida de don
Ángelo Roncalli, dedicada al servicio de la Santa Sede. Llamado a Roma por
Benedicto XV como presidente para Italia del Consejo central de las Obras
pontificias para la Propagación de la fe, recorrió muchas diócesis de Italia
organizando círculos de misiones. En 1925 Pío XI lo nombró visitador apostólico
para Bulgaria y lo elevó al episcopado asignándole la sede titular de Areópoli.
Su lema episcopal, programa que lo acompañó durante toda la vida, era:
«Obediencia y paz».
Tras su consagración episcopal, que tuvo lugar el
19 de marzo de 1925 en Roma, inició su ministerio en Bulgaria, donde permaneció
hasta 1935. Visitó las comunidades católicas y cultivó relaciones respetuosas
con las demás comunidades cristianas. Actuó con gran solicitud y caridad,
aliviando los sufrimientos causados por el terremoto de 1928. Sobrellevó en
silencio las incomprensiones y dificultades de un ministerio marcado por la
táctica pastoral de pequeños pasos. Afianzó su confianza en Jesús crucificado y
su entrega a él.
En 1935 fue nombrado delegado apostólico en Turquía
y Grecia. Era un vasto campo de trabajo. La Iglesia católica tenía una
presencia activa en muchos ámbitos de la joven república, que se estaba
renovando y organizando. Mons. Roncalli trabajó con intensidad al servicio de
los católicos y destacó por su diálogo y talante respetuoso con los ortodoxos y
con los musulmanes. Cuando estalló la segunda guerra mundial se hallaba en
Grecia, que quedó devastada por los combates. Procuró dar noticias sobre los
prisioneros de guerra y salvó a muchos judíos con el «visado de tránsito» de la
delegación apostólica. En diciembre de 1944 Pío XII lo nombró nuncio apostólico
en París.
Durante los últimos meses del conflicto mundial, y
una vez restablecida la paz, ayudó a los prisioneros de guerra y trabajó en la
normalización de la vida eclesiástica en Francia. Visitó los grandes santuarios
franceses y participó en las fiestas populares y en las manifestaciones
religiosas más significativas. Fue un observador atento, prudente y lleno de
confianza en las nuevas iniciativas pastorales del episcopado y del clero de
Francia. Se distinguió siempre por su búsqueda de la sencillez evangélica,
incluso en los asuntos diplomáticos más intrincados. Procuró actuar como
sacerdote en todas las situaciones. Animado por una piedad sincera, dedicaba
todos los días largo tiempo a la oración y la meditación.
En 1953 fue creado cardenal y enviado a Venecia
como patriarca. Fue un pastor sabio y resuelto, a ejemplo de los santos a
quienes siempre había venerado, como san Lorenzo Giustiniani, primer patriarca
de Venecia.
Tras la muerte de Pío XII, fue elegido Papa el 28
de octubre de 1958, y tomó el nombre de Juan XXIII. Su pontificado, que duró
menos de cinco años, lo presentó al mundo como una auténtica imagen del buen
Pastor. Manso y atento, emprendedor y valiente, sencillo y cordial, practicó
cristianamente las obras de misericordia corporales y espirituales, visitando a
los encarcelados y a los enfermos, recibiendo a hombres de todas las naciones y
creencias, y cultivando un exquisito sentimiento de paternidad hacia todos. Su
magisterio, sobre todo sus encíclicas «Pacem in terris» y «Mater et magistra»,
fue muy apreciado.
Convocó el Sínodo romano, instituyó una Comisión
para la revisión del Código de derecho canónico y convocó el Concilio ecuménico
Vaticano II. Visitó muchas parroquias de su diócesis de Roma, sobre todo las de
los barrios nuevos. La gente vio en él un reflejo de la bondad de Dios y lo
llamó «el Papa de la bondad». Lo sostenía un profundo espíritu de oración. Su
persona, iniciadora de una gran renovación en la Iglesia, irradiaba la paz
propia de quien confía siempre en el Señor. Falleció la tarde del 3 de junio de
1963.
Se estableció que su fiesta se celebre el 11 de
octubre, recordando así que Juan XXIII inauguró solemnemente el Concilio
Vaticano II el 11 de octubre de 1962.
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